INCLUSIÓN EDUCATIVA

El camino hacia la inclusión: cómo la escuela puede apoyar a los estudiantes con autismo

El autismo es el trastorno mental caracterizado por un repliegue excesivo sobre uno mismo. El autismo fue descrito por Leo Kanner en 1943 como «la incapacidad de relacionarse, desde el principio de la vida, con personas y situaciones del modo habitual». El primer rasgo que descubrió Kanner fue que los bebés autistas nunca se adaptan a los padres, no adoptan ninguna postura especial al ser cogidos en brazos; el segundo rasgo distintivo es la incapacidad de utilizar el lenguaje con fines comunicativos; los niños autistas repiten, palabras intelectualmente incomprensibles para ellos, cabe señalar, como tercera característica, la fascinación por los objetos y el mantenimiento constante del mismo ambiente. Es un trastorno que, en grado muy intenso, acompaña a la esquizofrenia.

Bleuler citado en Garrabé (2012, p.257) sustituye la noción de dementia praecox, por un grupo de psicosis esquizofrénicas que tenían en común, cualquiera que fuera la forma clínica bajo la cual se manifiestan, un cierto número de mecanismos psicopatológicos, siendo el más característico la Spaltung (escisión) que da su nombre al grupo, así como síntomas fundamentales especialmente el autismos o autismo. Este término, creado por Bleuler, tiene una etimología griega «autos» que significa «sí mismo» opuesto a «otro». El autismo está caracterizado según él por el repliegue de la vida mental del sujeto sobre sí mismo, llegándose a la constitución de un mundo cerrado separado de la realidad exterior y a la dificultad extrema o la imposibilidad de comunicarse con los demás que de allí resulta.

A modo de explicación, los investigadores, describen el autismo como un trastorno mental en el que los niños se repliegan excesivamente sobre sí mismos, tienen dificultades para relacionarse con otras personas y situaciones de manera habitual y presentan fascinación por los objetos y un mantenimiento constante del mismo ambiente. También, se hace referencia a la definición del autismo, según Bleuler, quien lo concibe como el repliegue de la vida mental del niño sobre sí mismo, lo que lleva a la constitución de un mundo cerrado separado de la realidad exterior y a la dificultad extrema o la imposibilidad de comunicarse con los demás. En este contexto, es necesario desarrollar estrategias inclusivas para los niños con autismo, ya que esto les permitirá interactuar y aprender junto a sus compañeros de clase y ser parte activa de la comunidad escolar. Entre las estrategias de inclusión más efectivas se encuentran las siguientes:

1. Adaptación del ambiente escolar y de la metodología educativa a las necesidades individuales de cada niño. De conformidad con Gasca (pp.1-3). Esto implica un trato adecuado de entrada, en la escuela o en cualquier otro lugar, los niños con autismo necesitan un trato adecuado. Debemos transmitir a las maestras la realidad de que reaccionan al trato diferenciado: no da igual cómo actuemos o cómo nos acerquemos a ellos. Ese acercamiento debe estar basado en la comprensión, en una actitud comprensiva que nos aleje de la falacia de que hacen las cosas porque son autistas, sin motivo. En ese trato adecuado debemos primar la verbalización, que les ayuda a poner nombre a sus vivencias, a lo que sucede y a lo que sienten; que les ayuda a entender su mundo y también a saber que les entendemos o que estamos ahí para entenderles.

En niños más afectados, que no responden, que parecen desatentos a lo que les comunicamos, mantener esa verbalización se hace duro y el desánimo nos lleva a considerarla innecesaria. Generar confianza en ellos, tan recelosos siempre, estará en la base de nuestro acercamiento y para ello haremos una presentación progresiva de las propuestas y, en la medida en que podamos, partiremos de sus intereses. Por último, en todo proceso relacional con ellos, valoraremos la importancia de la reparación. Tanto a nivel concreto y prosaico (arreglar un objeto roto, reordenar lo expandido) como a nivel puramente relacional (hacer las paces, solucionar un malentendido o un enfado). En el desmantelado mundo mental del autismo, lleno de roturas y objetos destruidos, sin continuidad ni futuro, transmitir con actos que hay posibilidad –y esperanza- de reconstrucción no es un asunto nada banal.

De todo lo dicho con anterioridad, podemos deducir los requisitos que buscaremos en la escuela para la integración del niño. Está claro que exigir al niño que sea él quien se adapte de manera total al marco escolar, es sinónimo de desconocimiento, en el mejor de los casos, o de desinterés en que el ajuste funcione, en el peor. El niño con autismo necesita un marco referente estable, donde encuentre unos puntos de referencia claros, en especial en lo que concierne a las personas próximas. Dentro de ese marco, debe primar la continuidad y la estabilidad, factores indispensables para generar la suficiente confianza en él que le permita abrirse e interesarse mínimamente en lo que se le ofrece. Los límites que le ayudarán a situarse y a crecer no pueden dejar de ser flexibles, entendiendo la escuela que no puede cerrarse a las excepciones bajo la coartada de la igualdad equitativa. Los maestros deberán asumir que los objetivos que se marquen con ellos no pueden llevar fecha de realización, pues esa presión añadida lastrará la capacidad del niño y el ánimo del docente.

En definitiva, lo que necesita en la escuela un niño con autismo es un mediador, casi un traductor; alguien que tienda puentes entre su mundo y el mundo que le rodea, los adultos, los compañeros, la vida escolar y los aprendizajes. Del éxito o fracaso de esa mediación resultará el éxito o el fracaso de una incorporación beneficiosa en la escuela. ¿Es educable un niño con autismo? Todas estas adecuaciones no pueden hacernos olvidar la realidad: la sintomatología autística atenta de manera directa a la capacidad de aprendizaje. Hagamos un pequeño listado de características del autismo y leámoslas en clave de escuela y de enseñanza: incapacidad para soportar la frustración; dificultad de espera; recelo de las novedades, de los cambios; omnipotencia, no dejarse ayudar; dificultades en simbolizar y en imaginar; lenguaje literal; apego a la forma, «perfeccionismo»; discontinuidad emocional y en la producción de respuestas adecuadas; dificultad en compartir; intereses restringidos; respuestas retardadas. Añadamos a ello los momentos dentro de la escuela que resultan potencialmente conflictivos por la manera de ser del niño, que hemos descrito con anterioridad: los cambios; las entradas y salidas; los retornos de los días festivos o de las vacaciones; las ausencias y las sustituciones; los acontecimientos especiales (que suelen gustar mucho a otros niños: carnaval, semana cultural); el patio y el comedor; los ratos libres; las salidas del recinto escolar a actividades varias, lúdicas o culturales.

Uno no aprende lo conocido, lo que ya sabe. Aprender significa abrirse a lo desconocido, a lo nuevo. La pretensión de que el niño aprenda en la escuela es una tarea sumamente compleja y que desgasta. Ante ella, no hay pautas mágicas ni panaceas, requiere de un conocimiento del niño que tenemos ante nosotros, del trato que mencionábamos y de una manera de encarar la cuestión. A la vez, de una capacidad de tolerar las dudas, las incertidumbres, los misterios y las verdades a medias sin una irritante búsqueda de hechos y razones, lo que Bion (1970) llamó capacidad negativa, tomando el término de los hermanos Keats. Para encarar estos aspectos ineducables, disponemos de otras herramientas pequeñas, pero eficaces si no le damos un valor mágico: recordar el papel estructurante de la reparación; facilitar los aspectos prácticos; tener en cuenta la importancia para el niño de acabar los trabajos; entender su dificultad a la hora de elegir; evitar la negación al hablar, ya que predispone en contra al sujeto con autismo; presentar las cosas hechas entre los dos; iniciar los trabajos y presentarlos de manera progresiva; no creerse a pie juntillas la inicial negativa del niño ante la propuesta que le hacemos; anticiparle los trabajos; dar alternativas atractivas; no preocuparse por los pre-requisitos: el ritmo de aprendizaje del niño puede saltarse nuestro orden. Podemos pensar que el autismo es ineducable, pero no por ello deducir que el niño con autismo que tenemos delante también lo es. Ante todo, no debemos olvidar que en el estado de fragilidad del que hablamos, si no consideramos los aspectos de la personalidad, fracasaremos en el aprendizaje.

2. Educación afectiva. Rangel (2017) explica que no todos los niños con autismo requieren del mismo tipo de programa educativo en términos de si deben estar o no integradas a la educación formal, pero en cambio todos comparten el mismo derecho a recibir una educación efectiva. Por ello, las orientaciones pedagógicas han de ser aplicadas, según Lozano y Alcaraz (2010) desde una perspectiva fenomenológica, no se recomienda crear modelos estandarizados para aplicarlos de manera seriada y forzada al interior de las aulas, pues no se daría solución a las situaciones particulares. La mejor posibilidad para la inclusión educativa de las personas con autismo es la de conocer sus formas de comprender y actuar en el mundo. Por ello es fundamental partir de la caracterización para potenciar así sus niveles de desarrollo social, comunicativo e imaginativo: cualquier adaptación debe ir encaminada a desarrollar estos tres aspectos.

El conocimiento por parte del docente acerca de las características de sus estudiantes sujetas al momento evolutivo en el que se encuentran facilita el entendimiento y la aceptación de determinados comportamientos, del mismo modo, deberá adquirir una buena comprensión del Trastorno del Espectro Autista, pues esto le ayudará a interpretar algunas manifestaciones inadecuadas dentro del aula y a moderar su frecuencia e intensidad. Basado en los aportes de Gallego (2012). Cabe destacar que, para facilitar sus posibilidades de anticipación, el ambiente debe tener una estructura predecible y fija, evitando los contextos poco definidos y caóticos; anticipar es fundamental para que la novedad o los cambios no los sorprendan. Igualmente, para favorecer el mantenimiento de la atención conviene ubicar al estudiante con en el aula próximos a la pizarra y al docente, se evitará que en el entorno haya distracciones potenciales.

Cuando se usen las Tecnologías de la Información y Comunicación, hay que tener en cuenta que la computadora es un elemento de aprendizaje activo, lo cual implica un refuerzo importante en el desarrollo de los aprendizajes. Las aplicaciones informáticas en el campo de la educación aportan importantes ventajas, pues se trata de medios que suelen generar una motivación intrínseca resultando atractivas y estimulantes. No obstante, ameritan de la guía adecuada del docente para estimular un buen procesamiento cognitivo.

En definitiva, la inclusión educativa y pedagógica de los niños con autismo, incluye la implementación de estrategias positivas. Para lograr esto, se deben adaptar el ambiente escolar y la metodología educativa a las necesidades individuales de cada niño, generando un trato adecuado fundamentado en la comprensión y la verbalización. Asimismo, se avala contar con un entorno adecuado que proporcione estabilidad y continuidad para generar la suficiente confianza en el niño, así como un mediador que tienda puentes entre su mundo y el mundo que le rodea. Sin embargo, es importante saber que la sintomatología autística puede atentar directamente contra la capacidad de aprendizaje, por lo que es primordial abordar las adecuaciones educativas desde una perspectiva realista, ya que cada niño con autismo es único y requiere un enfoque individualizado y adaptado a sus necesidades específicas. La inclusión no solo beneficia a los niños con autismo, sino que también promueve una educación más afectiva y diversa para toda la comunidad educativa.

En este campo de las estrategias pedagógicas de inclusión educativa, también se pueden nombrar las siguientes: La incorporación de recursos y herramientas tecnológicas que les permitan comunicarse y expresarse; la implementación de programas de entrenamiento social que les ayuden a desarrollar habilidades sociales y emocionales; la colaboración estrecha y coordinada entre padres, maestros y profesionales de la salud para lograr una atención integral y personalizada; utilizar un lenguaje más centrado en la persona, como niño con «autismo», en lugar de «autista». Esto reconoce que la persona es mucho más que su diagnóstico; evitar el uso de palabras despectivas o estigmatizantes como «retardado» o «enfermedad»; fomentar la educación y la conciencia pública sobre el autismo para reducir la discriminación y el estigma; promover la investigación sobre el autismo y su tratamiento para mejorar la comprensión de esta condición y las formas de apoyar a las personas que la tienen; y, ofrecer más recursos y apoyo para las personas con autismo y sus familias, incluyendo acceso a terapias y programas educativos.

Referencias bibliográficas:

Gasca, J. M. B. AUTISMO EN LA ESCUELA. BRUN, Autismo en la escuela.pdf (eipea.cat)

Garrabé de Lara, J. (2012). El autismo: Historia y clasificaciones. Salud mental, 35(3), 257-261.v35n3a10.pdf (scielo.org.mx)

Rangel, A. (2017). Orientaciones pedagógicas para la inclusión de niños con autismo en el aula regular. Un apoyo para el docente. Telos19(1), 81-102.Orientaciones pedagógicas para la inclusión de niños con autismo en el aula regular. Un apoyo para el docente (redalyc.org)